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Ilán Greenfield - Si la vida te dice baila

1. Si la vida te dice baila





«Es que tengo algo que no sé
Adivinador, dime lo que es»
 
Tirso Duarte

 

No hacía mucho que me entró una profunda tristeza en tanto que escuchaba uno de los muchos clásicos de la música cubana que sólo han estado entre nosotros un puñado de años desde su primera aparición (audio 1). Las tenaces lanzas del piano de Melón, tan insustituibles y únicas de una canción tan universal y abarcadora, me causaron una suerte de nostalgia. Apagué la música y quedé en silencio varios minutos meditando sobre el presente y futuro de la timba, y más precisamente, en cuán fácil sería que todo lo construido, toda la infinitud que se desbordaba aún de mis oídos, se hundiera rotundamente, dejando cráteres desolados similares a los que vemos en otras músicas que alguna vez se manifestaron en soplos, brotes y flujos de creatividad y animación. Coincidentalmente, por esa época, cubanos y turistas se trasladaban para presenciar el esperado debut escénico de Tirso Duarte y su nueva identidad colectiva, La Leyenda.

Semanas después, al momento de escuchar las maquetas del concierto, mis preocupaciones de una posible «muerte de la timba» --algo que no sólo lo cavilo yo, sino que ya suena en distintos lugares-- mágicamente pasaban al cajoncito del después y desplazadas por esta nueva presencia en La Habana, un resurgimiento de entusiasmo fondeó los mares de dichas inquietudes aún frescas en mi memoria. Algo me decía que a Tirso Duarte habríamos algún día de recordarlo como el querría ser recordado -- heroica leyenda, salvación de una actitud hacia la vida, bendecido de esto que llamamos timba, que en algo --y no poco-- ha venido sufriendo de males varios, desde la mercadotecnia inconsciente de disqueras internacionales hasta las repentinas deserciones de los partícipes más importantes y la mera incomprensión de un ideal.

En términos de leyenda, Tirso, podemos decirlo sin incurrir en hipérboles mal fundadas, ya ha acumulado un caudal respetable de logros interesantes. Apenas 26, este talento prodigio de la nómina timbera --que a más de acarrear interés de la crítica especializada alrededor del mundo-- ya habría logrado toda suerte de hazañas en el marco musical, hazañas por su escasa edad, por su genio de incorporar sonidos incongruos, por su facilidad de acudir a clacisismos europeos y actualizarlos dentro del folclor afroamericano del siglo veintiuno, e --históricamente-- por su participación insustituible en la trabajosa empresa de resucitar a la tambaleante Charanga Habanera del precipicio de la suspensión (puedes enterarte de todo esto y más en la fascinante revista de Kevin Moore sobre el disco «Charanguero Mayor»). Y tras un paso memorable en uno de los equipos más prometedores de estos tiempos --Pupy y los que son son-- Tirso, con su hato a cuestas, vino a aterrizar al frente de una gitanada de conservatorio, jóvenes aventurados, emprendedores y enérgicos, llegados al nocturno habanero para timbear, en el más puro y sincero sentido de la palabra (audio 2)

Con un poco de Ricky Martin (audio 3), un poco de reggae (audio 4), y entre otras cosas, un poco de Buena Vista S. C. (audio 5) ribeteando una música cubana de actualidad, se estrenó entonces una nueva luz en la noche habanera. A diferencia de lo que se ha escuchado de timba inferior --timba que olvida por qué existe y a qué vino-- Tirso Duarte se ha mostrado como lo que es: un compositor excepcional y un timbero de realidad, con una fineza de concepto y un trazo suelto que sugiere algunas de las pinceladas más esperpénticas y maravillosas de este nuevo milenio.

Encarnándose de timba, de los Van Van, de la Charanga Habanera, de Paulo FG, Issac y Pupy Pedroso, Tirso se convierte ahora en el representante clave de la segunda generación timbera. De por sí, esta generación podría ser algo lejana a los aspectos germinales que le dieron vida a la timba, en un sentido práctico de la palabra, y sólo en ojos de buenos observadores que hayan logrado identificar los verdaderos focos de energía, podrá convertirse en seguimiento y transportadora de aquél legado. Gracias a la asimilación y la madurez que dan los años y la agudeza de criterio de unos cuantos, los conceptos entonces volverían quizás a trascender. Y Tirso se muestra, en primera instancia --claro, no podemos más que vaticinar-- como un excelente observador capaz de cargar en su manto nuevos costales de inspiración.

Escuchar estos momentos iniciales de una nueva banda (poco ensayada, en proceso de aprendizaje, en proceso de asimilación también) revela, ante todo, el gran dominio que Tirso ejerce sobre la timba. Tomando un viaje al mero centro de la época de oro: 1995-1997, podemos deteneros ante cualquiera de los grandes conjuntos: a) La Elite (audio 6), b) Issac (audio 7), c) Manolín (audio 8)... tocando en vivo, haciendo música que en la agitación del momento se precipita sobre los presentes como baldes de sabor, refrescando así innumerables cantidades de cuerpos sudorosos de baile. Estos hombres inventaron la timba, la hicieron en la práctica, la alzaron en andas, se aprovecharon de sus contornos y la expandieron. Penetraron, sofocaron y saciaron con sus juegos a todo un pueblo. Fueron instrumentalistas que exprimieron sus propias ideas hasta quedar con pulpa tierna y suculenta, y ésta la echaron caritativamente al público necesitado y deseoso de buen bailar. Tirso Duarte, en el 2003, ha empezado por el mismo camino (audio 9a), y aún si bien no está al nivel interpretativo de los antemencionados batallones timberos como Manolín o Los Van Van, en ciertos aspectos, como la exposición y elaboración de coros y mambos, ha logrado colocarse muy cerca de ellos (audio 9b), no como si sólo se hubiese criado escuchando a NG La Banda y Los Van Van, sino como si hubiese salido de las aulas de solfeo junto a miembros del Opus 13.

martes, 22 marzo 2011, 07:32 pm